La varonilitud es la aceptación tácita y plena de la masculinidad llevada a su extremo lógico, en el que se da por sentado que un hombre tiene más en común con un ser vivo varón que con una hembra de su misma especie. Bajo esta filosofía, y cayendo en la redundancia por carecer de más léxico, un hombre se siente más identificado con un hipocampo macho, que da a luz, o con una rémora de sexo masculino, que es un apéndice de una hembra mucho mayor en tamaño, que con una mujer.
Esto se sustenta en que siempre, en todas las formas de vida sexuadas, las estrategias reproductivas masculinas y femeninas están en perpetua batalla, regidas por mecanismos que se conocen en teoría de juego como "juegos de suma cero", en el que solo puede haber un bando ganador si hay un bando perdedor. Para gran pesar de los varonílidos (iniciados en la varonilitud), el sexo femenino está ganando la mayoría de las batallas. Existen especies de roedores exclusivamente femeninas.
Los químicos en los pantanos hacen a las ranas homosexuales. Como dato perturbador, en la especie humana hay linajes conformados exclusivamente por mujeres, sin que la ciencia haya encontrado explicación alguna. Teóricos de la conspiración han llegado a proponer que ciertas prácticas o entornos favorecen la concepción de vástagos de un sexo.
La varonilitud se postula como la única manera de salvar al hombre. En un mundo en el que el poder ha orbitado alrededor de hombres con rasgos psicopáticos y déspotas, el balance entre los sexos pende de un hilo. Se ha construido una serie de sociedades jóvenes en las que el 80% de las mujeres han tenido descendencia, frente al 40% de los hombres, solo en períodos históricos. En la prehistoria, era incluso más injusta la proporción de privilegiados de sexo, uno entre diecisiete hombres. https://news.ycombinator.com/item?id=37661653
Frente a la cosmovisión desfasada de los elitistas actuales, basada en premisas refutadas como la igualdad de género y la tabula rasa, la varonilitud pone sobre la mesa una ideología biologicista, que coloca al hombre como punto central de la conversación, tanto como victimario como, sí, víctima de una sociedad. Propone un cambio de paradigma solo posible de aplicar exaltando las virtudes masculinas de heroísmo, valentía, sacrificio, honor y empatía, en el que se subyuga brutalmente al orden natural y al sujeto degenerado que solo puede imaginarse la sociedad en su condición actual, fuertemente sumisa a la odiosa madre Naturaleza.
Tras una hipotética revolución varonilista que jamás sucederá por equis o ye motivo, la sociedad quedaría estructurada en una jerarquía horizontal, con clases científicas, clases de artistas y clases de trabajo manual, ordenadas por poder adquisitivo, en el que no habría clase gubernamental gracias a la IA que se encargaría de tareas embrutecedoras para el ser humano como son la legislación, la justicia y el gobierno, eliminando así de raíz cualquier elemento de corrupción en las altas esferas. Sobra decir que cada varón poseería al menos una mujer para propósitos recreativos y reproductivos, al menos hasta el advenimiento de las asistentes robóticas ginoides con IA integrada, que sustituirían al sexo femenino excepto para los pocos hombres que las prefieran, por motivos religiosos o fetichistas.
